Un pregunta principal ha dirigido esta investigación: ¿por qué los italo-romanos ya desde muy temprano (primer siglo a.C.) introdujeron en su entorno cotidiano pinturas murales con un perspectiva tan sofisticada? La sofisticación espacial y psicológica mostrada en estas pinturas murales puede compararse con los mundos virtuales creados por las tecnologías informáticas. Al contrario que la experimentación actual, no era dirigida por la industria del entretenamiento. Tampoco parece ser un efecto de trampantojo en sí mismo o solamente motivado por el deseo de utilizar la pintura para imitar el mundo lujuoso de los monarcas helenísticos, como algunos han asegurado. Los mundos virtuales representados en estas pinturas consisten en una mezcla compleja de referencias naturales, mitológicas y simbólicas que se confunden de manera coherente con su homólogo doméstico – es su mundo de la disolución y del devenir.

A pesar de su complejidad visual, las pinturas no fueron el objeto de este tipo de análisis profundo como lo fueron por ejemplo los antiguos jarrones pintados encontrados en el sur de Italia (Magna Graecia). ¿Por qué ocurrió esto? La respuesta a esta pregunta nos conduce a un número de problemas complejos que serán estudiados con todo detalle a lo largo de esta publicación. Sin embargo, se puede encontrar una breve explicación en el hecho de que la mayoría de estas pinturas fueron descubiertas en un entorno doméstico mientras que los jarrones se localizaban en tumbas, por lo que una significación religiosa, simbólica y escatológica les fue directamente atribuída.

No se formularon hipótesis tan esotéricas a propósito de las pinturas murales. Su ubicuación doméstica las relacionó con una concepción de un interior y de una decoración estéticos y no con un significado simbólico. Así, desde el principio el enfoque de la crítica estuvo determinado por formas de análisis estilísticas y tipológicas y no de metodología iconológica. De esta forma nunca se quiso buscar el sentido simbólico que estas pinturas podían revelar. Al ser trasladadas para ser incluidas en proyectos de decoración de palacios durante el siglo XVIII y después expuestas en museos en el siglo XIX, fueron en cierto modo descontextualizadas, lo que hizo aún más problemática cualquier forma de análisis de las sequencias narrativas e iconográficas.